La envoltura de los locos que se aferraban a la vara no escondía mis necesidades de arrojarme contra una estructura de metal y plomo. Nunca había sentido tanta cólera, nunca había decidido sentir; ese día en que la primavera despuntaba verdes y amarillos desde las yemas de mis dedos, es que me enamoré de tus brazas.
Hacía solo dos minutos había sacado de un bolsillo frio y desgastado una barra de chocolate que sería mi cena y te la ofrecí para que me recordases siempre y lo que menos llegaría a creer nunca es que sería la forma amarga en la que cada noche vendrías hasta las puertas de mi mente.
Las calles eran playas, las barricadas eran fogones y la luz que hacía nada para irse, retirarse dejarnos como merecíamos: sueltos, locos, empobrecidos y solos.
Todo fue un instante un segundo que no recuerdo que se transformo en años de no olvidar.
El fuego derribaba, los autos se volcaban; el viento ensordecía de huracanes; los árboles se desplomaban sin orden con destreza; el corazón latía y se desparramaba por la calle que se bañaba en sangre como nacida de otro color.
Corrimos desbocados saltando entre charcos de desastres que no cesaban, que buscamos, que encontramos; la mano derecha y la izquierda no se soltaban y esos cuatro pies no podían abandonarnos en este momento crucial en el que el aliento era nuestro único aire, nuestra única salida.
El sonido ensordecedor se apoderaba de todo pero no nos detuvimos jamás, ni siquiera el cigarrillo calló de mi boca.
Ese segundo... el instante en el que tu mano dejo de pesarme y comenzó a alejarse como si fuese a despertar de un sueño. Esa fría noche no solo tu mano se alejo sino también tu voz, también tu aliento y el rojo que teñía tu pecho no era una señal, era una despedida.
Caíste en medio de esa plaza y te uniste a las demás flores que se sonrojaron aun más con tu presencia.Tus brazos abiertos, tu ojos mirando las estrellas y tus lagrimas, no me dejaron respirar y aun no me dejan. Ese fué el primer y último beso que pude quedarme para siempre, una fotografía de tu paz y la mía.
Aun conservo esa barra de chocolate que levanté esa noche para nunca olvidar que tuve a una de las flores de mayo en París.